Coloquialmente sólo diferenciemos entre rosado y clarete pero en realidad hay 3 diferentes:
Rosado de «sangrado» que procede de 100% uva tinta. Se macera la uva pero al cabo de las horas se «sangra» y se lleva a otro depósito donde fermenta sin los hollejos, es decir sin la piel.
«Rosado de prensado directo» se elabora con mezcla de tintas y blancas, se elabora por un estrujado enérgico y posterior prensado obteniéndose el color mediante una corta maceración.
«Clarete» el que procede de mostos de mezcla de uva blanca y tinta o mezcla de mostos blancos y tintos cuya fermentación parcial se hace en presencia de los hollejos tintos. Según la definición de la comunidad Europea se elabora como un vino tinto pero con mezcla de mosto blanco y vendimia tinta.
Lo curioso es a pesar de ser esta la definición legal de los vinos en cada zona llamar a cada uno de una forma y es difícil llegar a acuerdos de lo que es cada uno.
En cualquier caso lo importante es elegir el que más guste a cada uno indistintamente de su nombre.
Hasta aquí, una explicación de manera muy resumida pero para el que quiera un poco más…..que siga leyendo por favor.
El clarete español ¿un tinto, un rosado? Qué diablos es. O era, porque ya no podemos llamarlo así. Pues eso, un clarete. Ni tinto ni rosado, aun cuando tuviera más de lo último que de lo primero. El viejo debate parecía haber acabado cuando la UE sancionó que el término clairet, y su galicismo clarete y anglicismo claret, solo podían utilizarse en la AOC Claret de Burdeaux. En Francia, y países imitadores, la cosa siempre ha estado clara: un clairet es un tinto. En España no.
Todo empieza en Francia -dónde si no, hablando de vino- Allí, desde al menos el siglo XVII se elabora una tipología de vino conocida en Inglaterra, país importador por excelencia, como French Claret. Este vino, muy estimado, se convertiría con el tiempo en Bordeaux Clairet, con categoría de denominación de origen controlada. Se trataba de tintos pálidos, de un brillante vestido de color rojo pálido, de poco cuerpo, suaves y frescos, con gran intensidad aromática frutal, que han ido ganado color y estructura hasta llegar a los tintos actuales. Para su elaboración se utilizan variedades de la zona, fundamentalmente Merlot. Bien distintos de los roseé, populares en Provence, de donde procede la frase «un petit roseé va avec tout». El prestigio de la zona hizo que desde el pasado siglo se utilizara el término claret en distintos países.
Hasta aquí los antecedentes. ¿Y qué pasaba en España? Con un viñedo mayoritariamente de castas blancas, muy entremezclado, los vinos tintos tenían poco color, lo que propició el uso del galicismo clarete, que le venía como anillo al dedo, especialmente en las zonas vitivinícolas donde la separación de variedades y la reforma del viñedo estaba más atrasada. Tal era el caso de Cigales, y en menor medida Ribera del Duero, donde la excelente uva Tempranillo se acompañaba de Albillo. O los claretes de Valdepeñas, elaborados nada menos que con un 90 por 100 de blanca Airén y el resto Cencibel (Tempranillo), muy madura. Claretes engañosos, ya que que podían tener hasta 15% de alcohol. En el siglo pasado nuestros vinos más populares eran los claretes, que adoptaban distintos nombres según la zona, como el burgalés churrillo, o los ojo de perdiz. Así tenemos la definición práctica, que no jurídica, de nuestros claretes: un vino elaborado con uvas tintas junto con una importante proporción de blancas. Cuando la reglamentación comunitaria prohibió el nombre pasaron a ser llamados obligatoriamente rosados y, puestos a ello, a utilizar sus técnicas de elaboración. Claro que también existían otros claretes, generalmente vinos baratos de mesa, que eran simple mezcla de vinos tintos y blancos.
¿Y los rosados? Son más recientes. Toman impulso al calor del éxito de los rosados de Navarra. Bodegueros como Julián Chivite convierten esta tipología de vino en una moda que nos visita todas las primaveras, para quedarse cada vez más tiempo entre nosotros. Su fama hizo que se extendiera su elaboración por el resto de las zonas vitivinícolas españolas.
El rosado está sometido a una normativa que contempla distintos procedimientos de elaboración. Pero, en general, podemos definirlo grosso modo como un tinto elaborado como un blanco. O, más poéticamente, como un blanco con alma de tinto. Es decir, se deja macerar el mosto de la uva tinta en sus hollejos durante un corto periodo de tiempo, que puede ir desde horas hasta días, para extraer algo de color, y se sigue con el proceso común de los blancos. El rosado resultante puede ser de prensa o de lágrima, este último de mayor calidad. Y rosados, desaparecida la posibilidad de llamarlos claretes, también son los que utilizan uvas -¡nunca vino!- tintas y blancas, como hacen en Cigales y otros sitios, tal como hemos visto.
Uno de los atractivos de los rosados, junto a la fragancia aromática, la ligereza y frescura, es su precioso color que lo mismo se viste de piel de cebolla, como se colorea en granate pálido, pasando por las sutilezas del rosa asalmonado, fucsia, fresa, lila… Todo un arte cromático. De ahí que el vino Rosado sea considerado un vino de artistas, un verdadero arte para dar esa tonalidad que le caracteriza (Manifiesto por la Defensa del Rosado Europeo) Me gusta la frase contundente de Emile Peynaud: El vino rosado se define por su color (Enología práctica. Ediciones Mundi-Prensa., 1976)
Resumiendo, y simplificando, la diferencia fundamental en España entre un clarete y un rosado estriba en que para la elaboración de los claretes se utilizan uvas tintas y blancas, éstas en elevada proporción. Luego, su elaboración puede ser la de un tinto o la de un blanco. Por el contrario, los rosados se elaboran básicamente con uva tinta y, en algunos casos, con una pequeña proporción de blanca, y se vinifican como un blanco.
Lo lamentable es que se haya querido autorizar la mezcla se vinos tintos y blancos para hacer un rosado, aunque se trate de remediar el entuerto señalándolo en la etiqueta, bajo los términos de “tradicional” o “mezcla”. Esta práctica, era antes muy habitual en España, donde sobraba vino blanco que había que darle salida.
Ahora bien, eliminado el termino, deberíamos encontrar una forma de llamar a los vinos elaborados a la manera de los entrañables y tradicionales claretes, como los de Cigales. O como los de Tierra de León, aquí con la soberbia Prieto Picudo, excelentes y personalísimos claretes con aguja natural (madreo) Porque es una tipología que merece ser respetada y recuperada.